Una voz que me sana



 ¿Seré suficiente?, ¿en realidad le importo a alguien?, ¿será que lo que digo es relevante?, ¿estará bien lo que hago?, ¿está bien así o hay un modo mejor de hacerlo?


Estas son preguntas que constantemente estaban en mi cabeza atacando cualquier acción o idea que tuviera; de hecho siguen allí, pero ya no están solas. Hoy puedo reconocer que siguen allí porque crecí con ellas, y mucho de lo que soy fue surgiendo como respuesta a esos cuestionamientos: perfeccionista, aplicada, cumplida, obediente… y ya no me molestan, las escucho con amor, las entiendo. Fueron preguntas a través de las que yo buscaba el modo de asegurar que merecía ser amada “porque hacía todo bien”. 


Por supuesto crecer con esas preguntas y la constante generación de sus respuestas, nunca me dejaba ser libre, ni espontánea, ni auténtica, y eso comenzó a volverse muy cansado por ahí de mis 15 años de edad, reflejándose en taquicardia, psoriasis, insomnio y una sensación de encierro en mi propio cuerpo, que para colmo acrecentaban la creencia de que debía estar haciendo algo mal para sentirme así.


Por ahora no describiré todo el trabajo personal que invertí en mi sanación, solo diré que llegó un momento, alrededor de mis 30 años en que por fin hice frente a esas voces que me cuestionaban, las escuché sin reproches y pude sentir el amor y la aceptación que estaban rogando y les respondí:


  • “Sí, eres suficiente; me importas mucho a mí, y la verdad también hay mucha gente que te quiere; lo que dices es tan relevante que siempre han venido buscando tu opinión, tu guía, tu ayuda, e incluso por ello empezaste a grabar para las redes sociales, porque te lo pedían; lo que haces está tan bien que te emociona y lo disfrutas; así como lo haces está perfecto porque es tu estilo único y especial de mostrarte al mundo”.


Cuando comencé a responderme de esta manera, me di cuenta de que había mucha gente a mi alrededor que necesitaba estas mismas palabras, pero que aún no eran capaces de verlo porque como yo, habían estado cultivando mucha rabia en su interior debido a las dudas; incluso algunas se odiaban a sí mismas y no podían perdonarse el no ser suficientemente buenas para su propia mirada según lo que el mundo externo les demandaba (la verdad es que no había nada afuera, era solo la imagen del rechazo que alguna vez sintieron en su niñez, como yo). Fue entonces cuando comprendí que lo único que necesitamos es tratar a esas voces con compasión, entender que su afán es cuidarnos del rechazo y el dolor, y perdonarlas porque surgen de las heridas, y sobre todo amarlas.


¿Y cómo les demuestro amor a esas voces?

Cada vez que aparecen no las rechazo, no las alejo, no las evito, les respondo con la medicina del amor que es mi propia voz, la voz de mi alma, la voz de mi verdad.


El perdón es ese acto de liberación que tenemos hacia nosotras mismas, en el que comprendemos y aceptamos que siempre estamos dando lo mejor que tenemos, y siempre estamos siendo lo mejor que podemos ser. Y la compasión es ese ingrediente de calidez y suavidad con el que podemos ponernos en el lugar de esa niña o niño temeroso que fuimos, o esa persona llena de miedo que en su ofensa, realmente está clamando amor y aceptación.


El perdón y la compasión pueden estar en nuestra vida, pero solo de modo voluntario. Yo elijo elegirlos cada día, y cuando falle, los volveré a elegir a través de la voz que me sana.


Gran parte de mi sanación ha sido inspirada en las enseñanzas de Un Curso de Milagros con la amorosa voz de Susana Ceballos García, a quien considero mi maestra y la activadora de la voz que me sana.



Escrito por Eugenia Macdonel Ascencio

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